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¡Judaismo!

Bamidbar

2 de Sivan 5757; 7 junio 1997

Contenido:
  • Resumen de la Parashá
  • Comentario a la Parashá
  • Haftará
  • ¡Canta, Mi Alma!
  • IOM ZE MEJUBAD
  • Información sobre la suscripción
  • Or Sameaj en el Web

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  • Resumen de la Parashá

    Contenido

    El libro de Bamidbar (En el desierto) se inicia con la orden de Hashem de que Moshé tome un censo de todos los hombres mayores de veinte años, con edad suficiente para el servicio. El censo revela una suma de apenas por encima de 600.000 hombres. Los leviim se cuentan después, por separado, pues su servicio es especial. Ellos serán los responsables de transportar el Mishkán y sus accesorios, y de armarlos cuando la nación acampe. Las tribus de Israel, cada una con su bandera, se disponen alrededor del Mishkán en cuatro secciones: al este, al sur, al oeste, y al norte. Como se separa a Levi, la tribu de Yosef se divide en Efraim y Menashe, para que haya cuatro grupos de tres tribus cada uno. Cuando la nación viaja, marchan en una formación parecida al modo en que acampan. Se establece un intercambio formal entre los primogénitos y los leviim, por el cual los leviim adoptan el rol que habrían cumplido los primogénitos en el Mishkán, antes del pecado del becerro de oro. El intercambio se realiza empleando todos los 22.000 leviim contados, a partir de un mes de edad en adelante, si bien únicamente los leviim de edades entre 30 y 50 años habrán de servir en el Mishkán. El resto de los primogénitos son redimidos con plata, en una forma parecida a como se los redime hoy en día. Los hijos de Levi se dividen en tres familias principales: Gershon, Kehat y Merari (además de los kohanim, la división especial de la familia de Kehat). Los hijos de Kehat debían transportar la Menorá, la Mesa, el Altar y el Arca Sagrada. A causa de su suprema santidad, el Arca y el Altar los cubren solamente Aarón y sus hijos, antes de que los leviim los preparen para la travesía.




    Comentario a la Parashá

    Contenido

    "En el desierto..." (1:1)

    1. La desolación del desierto es eternamente la antítesis de la vida y la actividad. El símbolo de la civilización, del flujo y la vitalidad de la vida, es la ciudad. La ciudad está compuesta de casas, y las casas, de piedras. Las palabras de una oración son como piedras. Así como cada piedra por sí misma está desprovista de vida, pero, al combinarse una piedra con otra, se forma una casa, el medio de la vida y la vitalidad, lo mismo ocurre con las letras de la palabra. Cuando están solas, no irradian luz ni vida. No son más que piedras inertes. Pero cuando se combinan, construyendo palabras y oraciones, frases y parrafos, irradian la luz del intelecto que le infunde vida al hombre, conduciéndolo y guiándolo.

    "Con la palabra de Hashem, se hizo el cielo". Todo el mundo fue creado con la combinación de las letras del alef-bet hebreo. Las letras y las palabras se expanden y dispersan por toda la faz de la tierra. Si, a través de ellas, logramos reconocer y ver el hilo de divinidad que invade todo el mundo, si son como las cuentas de un collar, que revelan el hilo de divinidad que teje al mundo, entonces éste ya no es un desierto de desolación, sino una populosa ciudad, vibrante de vida y de sentido. Pero si no comprendemos la escritura de la Mano Divina; si no hacemos ningún esfuerzo por ensamblar las letras de la existencia en palabras y oraciones, entonces el mundo es un desierto desolado.

    Es como dos personas que leen en voz alta el mismo libro. Uno lo lee con comprensión y con inteligencia, y el otro vomita las palabras sin sentido. El primer lector enciende la luz de la sabiduría que hay dentro de las palabras; les da vida. El segundo, lo único que tiene es una colección de piedras muertas. El mundo es un gran libro. Dichoso del que conoce la manera de leerlo y comprenderlo.

    2. Igual que el enamorado tiene una obsesión con su amada, el verdadero estudiante de la Torá está obsesionado con su "amada": la Torá. Ella ocupa sus pensamientos todo el tiempo, y no hay nada que le importe más que ella. El debe sentir que únicamente la Torá le da sentido a su vida, y que por ella está dispuesto a renunciar a todo el confort material de este mundo, a transformarse en un desierto, vacío y sin dueño. Su alma tiene que ser el lienzo virgen sobre el cual la Torá habrá de pintar su paisaje.

    La Torá nos fue dada en el desierto. Y para absorberla con profundidad, para que ella pueda "regar" nuestra alma, debemos tener sed de su agua viva, igual que el hombre tiene sed de agua en el desierto.

    Debemos ser humildes como el desierto; olvidar todos nuestros conceptos previos, y estar dispuestos a renunciar a nuestros deseos materiales y a los efectos distorsionadores de la pasión. Porque recién cuando permitamos que la Torá moldee nuestros procesos mentales, recién entonces Hashem abrirá nuestros ojos al mundo real.

    Adaptado de Rabí Shlomo Yosef Zevin Torá U Moadim

    3. Cada año, en la fiesta de Shavuot, el pueblo judío recibe nuevamente la Torá. El Shabat previo a Shavuot nos preparamos para tal evento. Históricamente hablando, el Shabat nos fue dado antes que la Torá, y fue el poder del Shabat el que nos condujo hacia el Sinaí. Pues el Shabat crea la unidad en el pueblo judío. Y la unidad del pueblo es prerrequisito para recibir la Torá. Al sentarnos juntos a la mesa del Shabat como hermanos, como una gran familia, estamos recreando esa misma unidad que fue necesaria para recibir al Torá en el Sinaí.

    Si la unidad que crea el Shabat es un modo de prepararnos para recibir la Torá, otro modo más es el renunciamiento del Shabat: en vez de sentirnos "llenos de nosotros mismos", nos transformamos en un desierto, vacío de toda preocupación o interés, excepto el deseo de cumplir con la voluntad de Hashem. Todos y cada uno de los judíos poseen esa capacidad de renunciamiento, que cada Shabat encuentra expresión en el cese de la melajá (trabajo creativo).

    Por consiguiente, el Shabat es un preludio necesario para recibir la Torá. Tal como dice la Hagadá de Pesaj: "Y El nos dio el Shabat y El nos acercó al Monte Sinaí".

    Sfat Emet




    Haftará

    Hoshea 2:1-22

    Contenido

    "Y sera en el lugar en que se dira de ellos:'Ustedes no son mi pueblo', se les dira 'Los hijos del D-os viviente'."

    La historia del pueblo judío demuestra que especialmente en aquellos países en que fuimos oprimidos y encerrados en ghettos, la Vida Judía prosperó. Y en los países en que fuimos aceptados y convivimos cómodamente con los gentiles, gozando de sus mismos derechos, surgió el flagelo de la asimilación y la desaparición del ser judío. Este holocausto espiritual causó una hemorragia que ha asolado a miembros enteros del cuerpo del pueblo judío. El profeta Hoshea nos enseña que "Será en el lugar que se les dirá: ustedes no son mi pueblo", específicamente en los lugares en que los judíos serán segregados y burlados y acusados de ser inferiores: "se les dirá: hijos del D-os vivo". En ese lugar, cuidarán muy bien de su fuente, la Torá, hasta que sea evidente y claro que ustedes son los "hijos del D-os viviente".

    Bikurei Aviv


    Canta, Mi Alma!

    Comentarios sobre las Canciones que cantamos en la mesa de Shabat a través de las generaciones.

    Iom Ze MeJubad
    "ESTE DIA ES HONRADO..."

    "Este día es honrado por sobre todos los demás días, pues en él descansó la Roca (o Hacedor) del Universo". El término "tzur" que se emplea en este estribillo se suele traducir como "roca", en referencia al poder y la estabilidad de Hashem. Pero cuando Hanna, la madre de Shmuel Hanaví, Le dio las gracias a Hashem por bendecirla con un hijo (I Shmuel 2:2), dijo: "no hay tzur como nuestro D-os", que los Sabios interpretan como diciendo que no hay "tzaiar" (hacedor, moldeador) como Hashem. Ellos señalan que el artista humano solamente puede darle forma a una figura en la pared, pero no puede infundirle vida ni alma. En ese sentido, Hashem es el Creador Todopoderoso del universo, y el Hacedor Supremo de todo lo que hay en él, y por eso entonamos esta canción de alabanza precisamente en el día en que El descansó de Su esfuerzo.


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